Primeras impresiones: ella

Y ahí estaba ella.

Con sus botas de cuero, sus vaqueros rotos y su extraño chaleco de piel conejo, acabando de trenzar una honda nueva. Sin miedo pese a estar sola en medio de la llanura, con todas sus armas a la vista (o quizá no), tan sencillas como mortíferas: las tres hondas, los proyectiles en la bolsa de su cadera, el cuchillo sujeto al muslo, la lanza sobre sus rodillas. Y aún así, lo más peligroso parecía su mirada.

Esa mirada dura y fría, pero a la vez de la niña que ya no era. ¿Cuántos años tendría? Según sus cálculos, rondaba los veinte, pero no podía asegurarlo. Los humanos habían cambiado mucho desde la Última Guerra, y tenían poco contacto con ellos.  Aunque una cosa era cierta, tuviera la edad que tuviera: era muy hermosa.
Quizá no bella, pero sí indudablemente hermosa. Tan morena, con esos ojos verduzcos y el pelo tan rebelde, siempre suelto, sujeto solamente por una cinta de cuero. Y si a eso le sumabas el cuerpo moldeado por los días de cacería, por el cuidar de los niños que seguro le encargaban cuando estaba con su gente, por los viajes y el rudo terreno, esa muchacha se convertía en algo más que una simple joven hermosa.

Entonces, para él, esa humana se tornaba en una joven demasiado exótica para ser pasada por alto.